Por Pablo Gamba
Dos documentales de venezolanos sobre el desastre que es hoy el país recorren destacados festivales europeos. El paraíso (Venezuela, 2018), dirigido por Dulce María Ferreira, se estrenó en el Festival Ji.hlava, en la República Checa, y Está todo bien (Venezuela-Alemania, 2018), de Tuki Jencquel, fue seleccionado para la sección Best of Fests del IDFA, en Amsterdam, luego de haber sido presentado por primera vez en el Festival de Sheffield. Son dos películas que siguen el camino de Mujeres del caos venezolano (Venezuela-Francia, 2017), con formas de acercarse a lo real distintas de la película basada en entrevistas de Margarita Cadenas, anteriormente comentada en Desistfilm. Las tres inauguran un cine documental venezolano sobre la situación del país, que por causa de la misma crisis sus realizadores viven fuera de Venezuela.
Hay una significativa diferencia entre las dos partes en las que se divide El paraíso. La primera sigue la vertiente –que está de moda en la actualidad– de los documentales basados en películas familiares. En este caso se trata de un montaje de material grabado por el padre de la realizadora y comentado por ella de una manera cercana a la narración del documental expositivo. Pero esto no es una debilidad del film. Imponer un sentido a las imágenes es algo necesario para acentuar, después, el efecto de desconcierto que la realizadora busca.
Esos videos no solo relatan la historia de los Ferreira desde finales de los ochenta hasta un momento cercano al presente. También es una mirada a la historia de un país que vio derrumbarse súbita y violentamente su riqueza y estabilidad democráticas, para luego apoyar con los votos el proyecto militar redencionista iniciado por Hugo Chávez con un fallido golpe de Estado en 1992.
El padre no solo fue un simpatizante de la intentona. Se involucró en el movimiento civil clandestino que se expandía mientras el teniente coronel y los demás cabecillas del MBR-200 estaban presos. Lo pagó con una detención en la Dirección de Inteligencia Militar, que fue breve porque los apoyos secretos llegaban hasta el Poder Judicial. Pero también fue uno de los primeros en desengañarse y pasar a engrosar las filas de los descontentos con Chávez.
Dulce María Ferreira no deja de incurrir, en sus comentarios, en una serie de estereotipos de los venezolanos acerca de sí mismos. Como casi todos los juicios de valor que se refieren con un “los” a un colectivo, son falacias de composición. Pero independientemente de cuál haya sido la voluntad de la realizadora, no deja de ser significativo que se muestre así partícipe de esa problemática autopercepción colectiva. La relación entre esa manera de ver el país y los hechos históricos que constituyen el trasfondo del relato es lo más revelador de la primera parte del documental, por lo que tiene de sintomático.
Pero la película cambia completamente a partir del momento en que la muerte del padre pone fin al material recuperado, así como a la voz que parecía poder explicarlo todo. Le sigue un giro en el punto de vista, suavizado por la música y un solapamiento de la narración, que tiene como correlato la inesperada transformación de lo que conservaba la familia de su prosperidad –el paraíso del título– en un deterioro patente. Además de revelador acerca de las dificultades que atraviesan los Ferreira y el país, es indicio de una atmósfera enrarecida.
La voz que hablaba con seguridad del pasado se silencia en el presente y no hay ningún otro intento de explicar cómo se llegó a esa situación. Una primera posibilidad es atribuirlo a la decadencia de los Ferreira. En cierto modo es la situación que afronta el personaje de la realizadora, que recién vuelta de Europa, intenta mover a la familia para sacarla del estancamiento. Pero el espectador también puede ir observando con cuidado los detalles, e ir atando cabos para darse cuenta de cómo sobre todo los afecta lo que sucede en el país. De esa manera podría surgir una hipótesis: el vacío del padre sería análogo, en la familia, a la situación de una nación huérfana y a la deriva desde que murió Chávez. Venezuela estaría reflejada en ese microcosmos en decadencia.
Pero la película también apunta en una dirección no alegórica más interesante. Es la confrontación con lo que no puede ser calificado sino de desastre, porque en las consecuencias de lo que pasó se percibe algo tan apabullante que aplasta todo intento de explicación. Es por eso que, lógicamente, tampoco parece haber salida, como se siente en la enrarecida cotidianidad del hogar de los Ferreira en Caracas, por más que la llegada del personaje impulse cambios. Hay una metáfora del abrirle camino a la esperanza, pero no es más que eso: metáfora.
El paraíso no es una película excepcional. Pero tiene el mérito de desempeñar el papel que le toca al cine frente a las miradas de corto alcance, escasa profundidad y crasa manipulación que predominan en los medios informativos. Pone al espectador en la responsabilidad de decidir si entiende la película como una alegoría que lo tranquilice, al reafirmar sentimientos y creencias, aunque de esa tranquilidad no surja ninguna perspectiva del cambio necesario, o como un angustiante intento de confrontarse con lo real, tal como lo percibe honestamente una joven que ha vuelto a Venezuela, luego de un tiempo fuera, y que se siente distante de la mirada al país de la generación de su padre –aunque no por eso deje de hacerse eco de una “venezolanidad” no cuestionada, lo que por omisión incluye el rechazo a la “política” que creó a Hugo Chávez–. Esto último no se había hecho hasta ahora en el largometraje documental venezolano.
Un dilema similar busca plantearles Está todo bien a los que pueden llegar a pensar que el desastre venezolano no es sino propaganda para justificar una invasión extranjera “humanitaria” al país. Así como hay quien todavía encuentra argumentos para negar el Holocausto judío perpetrado por los nazis, o los 30.000 “desaparecidos” por la dictadura argentina, hay dirigentes políticos que aseguran que son montajes las fotos de los que huyen del país, por ejemplo, y en medio de la incertidumbre acerca de la verdad, algunos creen lo mismo.
La película de Tuki Jencquel se centra en una situación específica. Hace seguimiento a personas que intentan encontrar soluciones para los problemas de la atención médica en Venezuela. Entre ellos figuran un activista del gremio médico y otro que se dedica a hacer llegar a los pacientes medicinas que donan del exterior, lo que requiere evitar que el Gobierno las confisque. También la dueña de una farmacia en decadencia por la escasez y dos enfermos de cáncer.
Jencquel añade a eso una serie de escenas en blanco y negro, en las que los mismos personajes del film participan –o parecen hacerlo– en una terapia colectiva, la cual consiste en la representación de psicodramas. De esa manera el documental logra profundizar, por una parte, en la dimensión personal del desastre, en cómo lo que sucede en el país lleva a quienes lo padecen hasta los bordes del quiebre y del derrumbe. A ello se resiste una voluntad de salir adelante que es casi un delirio, considerando las situaciones que atraviesan.
Pero también que el público pueda ver a los personajes actuando en unas escenas plantea la pregunta de si estarán interpretando igualmente, o no, a las personas reales que parecen ser en las demás partes de la película. De esa manera queda explícitamente señalada la responsabilidad de la que no puede escapar el espectador de Está todo bien. La película le deja abierta la posibilidad de dudar y de mantener la suspicacia a la que lo inclinan sus convicciones, aunque haciéndole ver lo inhumana que puede ser esa actitud. Pero también le da la opción de creer y actuar en consecuencia con la sensibilidad humana ante el sufrimiento, aunque pueda ser manipulación. No existen otras alternativas para actuar moralmente cuando no se tiene la ingenuidad del que considera la televisión y el cine como “ventanas” a lo real.
Que documentales críticos como estos hayan encontrado cabida, hasta ahora, principalmente en festivales europeos es algo que explica la historia: en todos esos países se vivió de cerca la caída del Muro de Berlín. Varios de ellos –la República Checa, por ejemplo– estuvieron décadas sometidos a dictaduras comunistas y dos fueron invadidos por la URSS. En América Latina, en cambio, continúan “resistencias” que incluyen el resistirse a programar estas películas, aunque sea una región donde es más pertinente discutir los temas que tocan.
El paraíso
Dirección: Dulce María Ferreira
Guion y sonido: Guillermo Brinkmann
Producción y montaje: Guillermo Brinkmann, Dulce María Ferreira
Fotografía: José Ferreira, Guillermo Brinkmann
Música: Calico, Ben Carey
Venezuela, 2018
Está todo bien
Dirección, producción y cámara: Tuki Jencquel
Producción ejecutiva: Jorge Hernández Aldana
Montaje: Marcos Olmos
Sonido: Frank González, Marco Salaverría
Música: Thomas Becka
Venezuela-Alemania, 2018