Por Mónica Delgado
¿Cómo configurar un imaginario del futuro con las ruinas del presente? Pareciera ser la premisa conceptual de la reciente propuesta de Ion de Sosa, quien se inspira vagamente en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, para construir un espejo simbólico de un sector de la España de hoy.
Todo aquello que podría condensar un imaginario del confort y del placer, queda deshabilitado en Sueñan los androides. Benidorm, un balneario con rascacielos, es plasmado como promesa de un espacio de lujos en onda vintage, visitado solo por ancianos humanos que no saben en qué gastar su dinero. Espacios para el descanso convertidos en edificios y residencias abandonadas donde viven androides con sus familias, y descampados que se vuelven metáfora del futuro. Lugares actuales captados desde una óptica que los vuelve insípidos, secos, con un toque ascético para producir un efecto de extrañeza, donde la tradición comulga con la posibilidad de su permanencia. El temor del futuro no está en la transformación de las cosas, o su progresión, sino en que todo quede igual.
La distopía de Sosa no necesita de los recursos de la ciencia ficción (casi no hay nada que remita a Blade Runner, por ejemplo), y más bien se alimenta de lo real, y de su dosis de radiografía sociológica, de aquellos motivos que resignifican el “alma” española, en sus costumbres y taras que irán perseverando año tras año; desde lo que no muta. Un rostro de la España de ahora que será la misma cara de la España del año 2052.
En Sueñan los androides, la metáfora futurista sin artilugios tiene su motor en la sutil lucha de clases, porque al final de cuentas los replicantes inspirados en la novela de Dick no son agentes de poder, al contrario, son los desprotegidos, los que viven al margen, disimulando su humanización. Y los ancianos ponen evidencia el rezago de la humanidad, jubilada y cansada.
Por un lado, está el tema de la tradición que transgrede el paso del tiempo en este imaginado 2052, y que permite la añoranza a través del canto (que Sosa describe con algo de sorna), y por otro, la aparición de los androides o replicantes que se vuelven la antípoda de lo humano: devenidos en clase obrera, desempleados o subempleados, explotados, que viven en edificios multifamiliares, con hijos, con amigos, con vida tranquila y casi pasiva, que sueñan, pero buscados por el humano policía que quiere adquirir una oveja de verdad. Así es como asoma la fantasía tecnológica de Philip Dick, en este deseo de humanizar a la máquina y de robotizar al hombre, en un juego de contrarios, y que el cineasta registra a través de una serie de planos fijos, atentos al detalle de los espacios contemplados o de los gestos de estos habitantes que se desean fotografiados.
En sus sesenta minutos, Ion de Sosa emplea recursos mínimos ( pero en una vena distinta a la de True Love, su anterior largo), incluso las escenas de acción aparecen casi de improviso, como un golpe premeditado para causar sobresaltos en medio del aburrimiento que prima en este balneario decadente. Y como todo sueño distópico, el futuro es lo contrario al deseo, un lugar exacto para libre albedríos de los que ostentan una suerte de poder, y donde anular lo humano es el principal propósito, o todo aquello que lo asemeje.
Dirección y fotografía: Ion de Sosa
Ayudante de dirección: Miguel Llansó
Guion: Ion de Sosa, Jorge Gil Munarriz y Chema García Ibarra
Montaje: Sergio Jiménez
Sonido: Manolo Marín y Jorge Alarcón
Producción: Ion de Sosa, Karstern Matern, Luis Ferrón y Luis López Carrasco
Interpretado por: Manolo Marín, Moisés Richart, Marta Bassols, Coque Sánchez y Margot Sánchez
España, 2014, 60?