Por Pablo Gamba
Ángel Santos Touza es uno de los realizadores del nuevo cine gallego, cuyos orígenes se remontan a 2005 con el establecimiento de ayudas para nuevos realizadores y la promoción de sus obras, y que se destaca en el panorama de la producción independiente y experimental española actual. Lois Patiño, Oliver Laxe, Eloy Enciso, Helena Girón, Alberto García y Andrés Goteira, entre otros, también son parte de este movimiento, que por un lado es diverso pero en el que hay una recurrencia de la temática identitaria y de cineastas que “transitan” entre la ficción, el documental y la vanguardia “produciendo estimulantes resultados estilísticos” (Víctor Paz Morandeira, Novo Cinema Galego: identidad y vanguardia, Cuadernos de Cinema 23, n° 009). Por esto también ha sido definido como un cine de frontera, al igual que por razones geográficas.
La filmografía de Santos incluye los largometrajes Dos fragmentos / Eva (2010) y Las altas presiones (2014), que estuvo en el Festival de Busan, en Corea del Sur, y ganó el Premio Nuevas Olas en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. Pero sus obras más importantes son quizás el largometraje experimental Adolescentes (2011), que reúne 21 retratos, y el cortometraje O cazador (2008), una adaptación reflexiva del cuento homónimo de Chéjov, en la que la presentación del relato y de los personajes precede a la ficción, y que trata de la imposibilidad de volver a hacer unas cosas cuando se han descubierto otras. Eso sería válido tanto para los campesinos de la historia como para los cineastas.
También ha realizado el híbrido de documental y ciencia ficción Camiños de Bardaos (Unha achega ao fenómeno OVNI en San Sadurniño) (2015), comentado en Desistfilm. Allí hace un relato irónico sobre la emigración gallega que cierra con una cita musical de Solaris (1972) de Andrei Tarkovski.
En M. (Manuel Moldes – Pontevedra Suite, 1983-1987) (2017), la película que presenta en S8, en la sección de cortometrajes Sinais en Curto, Santos Touza retrata al pintor gallego Manuel Moldes. Es un film en el que se prescinde de la voice over característica de los documentales de este tipo para centrarse en la observación de la manera de trabajar del artista, primero, y del montaje de la exposición, después. La materialidad de las pinceladas y del uso de la espátula tiene como correlato fílmico tanto el minucioso registro de los ruidos que se hacen al pintar como la textura de la película de 16 mm. El montaje en cámara –una Bolex H16– y un plano ostensiblemente fuera de foco ponen de relieve igualmente el “trazo” del cineasta, que por analogía refiere al del pintor. Sin embargo, hay un plano en el que la película se deja llevar por la tentación del lugar común de la “psicología” del personaje, al mostrar los carteles con consignas para guiarse a sí mismo que ha fijado Moldes en la puerta del estudio.
Santos intenta trascender en este retrato las exigencias de un encargo para la promoción de una muestra retrospectiva del pintor. Pero no solo los créditos ponen en evidencia el compromiso de este film modesto, aunque con rasgos notables, sino también los planos de rigor de las obras, insertados hacia el final, y un empleo de la música que es contrario al rigor en el uso del ruido. En todo caso, podría decirse que lo “fronterizo” del nuevo cine gallego consiste aquí en la ubicación de esta película en los linderos de lo autoral y lo institucional.