TIRADENTES SP: ARACATI DE ALINE PORTUGAL Y JULIA DE SIMONE

TIRADENTES SP: ARACATI DE ALINE PORTUGAL Y JULIA DE SIMONE

Por Victor Guimarães

Las historias del viento

Aracati es el nombre de un viento que nace en el mar y recorre cerca de 300 kilómetros desde el litoral hasta las regiones áridas del Ceará, un estado del Nordeste brasileño. Aracati acompaña la trayectoria de ese fenómeno, trazando un recorrido a lo largo del río Jaguaribe e investigando las relaciones entre el elemento humano y el paisaje, entre el viento y sus marcas en la tierra y la gente. Mientras que la transformación vertiginosa del espacio urbano ha devenido en un tema crucial para el cine brasileño contemporáneo, sobretodo en la producción reciente del estado de Pernambuco (en esa filmografía hay incluso una especie de subgénero, el “film de predio”, que de tan recurrente se ha transformado en chiste entre los cinéfilos pernambucanos), los fenómenos “naturales” (y mantengo las aspas porque la puesta en crisis de la división naturaleza/artificio es uno de los planteamientos del film) o las contradicciones actuales del mundo rural no suelen despertar igual interés.

Si en la historia del cine sería posible establecer una verdadera tradición de ese tipo de investigación fílmica – a la cual pertenecerían, por ejemplo, partes significativas de las obras de Joris Ivens, Artavazd Pelechian, James Benning o la filmografía reciente de Jon Jost –, en Brasil hay una producción dispersa y poco sistemática en ese campo. Dos filmes, sin embargo, me vienen a la memoria como primos directos de Aracati: Sob o Ditame do Rude Almagesto ou Sinais de Chuva (1976), extraordinario cortometraje de Olney São Paulo que retrata las formas encontradas por el hombre nordestino para predecir la llegada de la lluvia, y As Vilas Volantes ou O Verbo Contra o Vento (2005), de Alexandre Veras, sobre los habitantes de pueblos de pescadores obligados a dislocarse debido al movimiento de las dunas y las mareas.

Aunque dialogue claramente con la tradición, la mezcla de procedimientos de Aracati es bastante propia. Si no hay el materialismo estructural rigoroso e implacable del Benning de Ten Skies (2004), tampoco aparece la reflexión poética mediada por la narración en voz over de Pour le Mistral (1966), de Ivens, ni el ímpetu metafórico de Une Histoire du Vent (1988), de Ivens y Marceline Loridan. La opción acá es por una mirada que combina el afán observacional – hay un interés por explorar visualmente las superficies del paisaje – y la conversación, en los múltiples encuentros con la gente que vive diariamente la influencia del viento en su cotidiano. Nelson Pereira dos Santos ha dicho que lo que se veía en el film de Olney São Paulo era “una conversación con el viento”, y me parece que la definición es válida para las secuencias de Aracati en que los hombres y mujeres que el film encuentra por el camino se ponen a entablar una verdadera charla con la naturaleza.

Diferente de la lluvia (que ha motivado otro bellísimo film de Ivens, Regen, de 1929), el viento es uno de esos fenómenos invisibles muy peculiares a los cuales se puede filmar, pero solamente de manera indirecta, o sea, a partir de sus efectos en el mundo material. Aracati empieza con un largo plano que muestra la entrada en un cobertizo de una enorme torre que constituye una de las miles de turbinas eólicas que actualmente puntúan el horizonte de esa región del país. Desde ahí, la figuración del viento se esparce por la sombra de las hélices sobre los enormes descampados, los globos del aire flotantes, el movimiento sinuoso de las aguas del río, las paredes de las casas hundidas en el suelo. Hay un interés dedicado a la figuración de las superficies, una apuesta deliberada en la lengua de las cosas. La mirada no es bucólica ni busca la pureza de lo natural: aunque no haya informaciones en voz over, las imágenes dejan trasparentar que el viento es también un constructo humano, una mitología, una commodity.

Mi modo de hacer crítica no suele compartimentar una película en aspectos técnicos, pero para un film tan frontalmente visual como Aracati, tan interesado en un idioma de las cosas y del paisaje, la fotografía no es un detalle. Sin embargo, aunque los encuadres sean incisivos y bellos, la materialidad fotográfica de la película parece frágil frente a la exuberancia del fenómeno que se quiere retratar. Si el viento Aracati es tan complejo y multifacético, los matices de la fotografía muchas veces suelen reducir el espectro de los colores y las variaciones de la luz. Cerca del final, un señor habla larga y detalladamente sobre la multiplicidad de las estrellas del cielo de la región, pero el cielo nocturno que vemos en la pantalla es demasiado homogéneo.

En el recorrido trazado por el montaje, los encuentros con la gente de la región parecen surgir al sabor del viento. En el mejor momento de la película, la imagen de un paisaje desolado es interrumpida por la presencia insinuante de un caballero solitario, que recorre toda la extensión del encuadre, se acerca al equipo de filmación y entabla una charla reveladora sobre las tensiones históricas de aquel espacio. El hombre cuenta que la población de aquellos parajes fue removida a otro sitio – con promesas de modernidad – debido a la instalación de un dique, pero él ha decidido quedarse y no saldrá nunca. De la misma manera que llega, el caballero andante se va, en búsqueda de una vaca extraviada, pero su intervención inyecta de manera sorprendente en el film otro orden de cosas invisibles, que contestan la aparente superficialidad de la película. Si el viento es invisible, más aún lo son la explotación y la herencia colonialista que el habla del caballero insinúan.

Hay otros momentos en que el invisible del desastre histórico amenaza agujerear la membrana superficial del film (cómo en el momento en que un chico pregunta, frente a un paisaje acuático: “¿Quién es el dueño de este río?”), pero Aracati no parece un film interesado en excavar esa tierra árida. En varias secuencias la película se abre a esas presencias insinuantes de la gente, a esos desvíos en la estructura narrativa que se permiten cambiar de tema e investir en la imprevisibilidad de lo humano, pero la fuerza no es la misma. Las apariciones de las figuras humanas componen un retrato interesante de la relación de la gente con el viento, pero el gesto de la película en esos momentos es sobretodo ameno, poco conflictivo. En muchos de los encuentros, hay una suerte de encantamiento inmediato con lo que se dice y con los jeribeques de la gente de la región, que corre el serio riesgo de reafirmar una figuración pintoresca del pueblo nordestino, que suele volver de tiempos en tiempos a asombrar el cine brasileño. Todo se pasa como si las contradicciones encontradas en la superficie del paisaje – las hélices portentosas y la sequía, las casas inundadas que vuelven a aparecer – no pudieran ser trabajadas a escala humana.

Dirección y guión: Aline Portugal y Julia De Simone
Producción: Caroline Louise, Pedro Diógenes, Julia De Simone e Aline Portugal
Fotografía: Victor de Melo
Montage: Clarissa Campolina e Luiz Pretti
Investigación: Victor Furtado
Sonido directo: Marco Rudolf
Diseño y montaje de sonido: Pedro Aspahan e Hugo Silveira
Brasil, 2016