Por Mónica Delgado
En estos días se viene realizando la edición 51° del Festival Internacional de Cine de Nyon, en Suiza, conocido como Visions du Reel, y que debido al contexto actual se realiza vía online, utilizando diversas plataformas ya existentes de video on demand y canales de redes sociales para difundir Q & A, y tratar de mantener el sentido de un evento de este tipo.
Como parte de su competición internacional Burning Lights, se estrenó mundialmente el film argentino Las ranas (2020), de Edgardo Castro, que forma un tríptico sobre la naturaleza del amor desinteresado con La noche (2016) y Familia (2019). Y como en los dos films predecesores, el cineasta mantiene, con sus peculiaridades, un estilo documental y realista, que está a la caza de registrar fielmente modos de vida y de micro actos heroicos, que van configurando mundos sentimentales en tiempos de deshumanización.
Sobre todo, en Las ranas, como en La noche, se percibe la atracción del cineasta por entornos de marginalidad y exclusión, aunque en este nuevo film el enfoque se detenga en la vida de una mujer de 19 años, cuya vida gira en torno a cumplir una rutina regulada y determinada por la prisión de su pareja, en alguna provincia fuera de Buenos Aires.
Más que juzgar o admirar al personaje, lo que nos muestra el cineasta es la mecánica de unos ciclos de supervivencia, que fácilmente podrían servir como alegoría sobre cómo subsisten miles de mujeres en América Latina. Si bien el personaje de Bárbara, llamada “rana” en la jerga carcelaria, para referirse a aquellas mujeres que visitan e ingresan de modo ilegal productos a las prisiones, es mostrado como el único sostén familiar, su destino está sometido a la condición del hombre que ama y asiste. La idea de la mujer “mariana”, es decir, el arquetipo que permite asumir un rol de entrega o sacrificio como sinónimo de amor, es aquí patentado en la figura de esta joven, que vive en una vivienda precaria que comparte con amigos, que tiene una hija muy pequeña y que trabaja vendiendo medias casa por casa para abastecer a su hombre en la cárcel.
En Las ranas, la cámara está muy cerca de Bárbara, pero solo se desprende de ella cuando aparece la intención de dar cuenta de cómo es la vida del personaje del esposo en la cárcel. Ella desaparece de la escena, para dar tiempo a que el espectador conozca un poco más de este mundo carceril, donde apenas sirve la figura del panóptico como mecánica que permite que todo y todos sean controlados. La cárcel más bien es una extensión pequeña de la vida marital, familiar y amical, donde hay baile, empanadas, sexo, marihuana y cumbia. En un micromundo con sus propias reglas, y donde pareciera que no hay espacio para sentimientos esquivos o matonerías (propios del subgénero carcelario en el cine).
La relación de Bárbara y la cámara, amparada sobre todo en la fotografía de Yarará Rodríguez (directora de fotografía de La Noche, El movimiento o Vapor), es muy cercana, en la medida que incluso se logra percibir algunos momentos de complicidad, y donde la contención de la real Bárbara por lograr una actitud impávida, libre de sonrisas o de aura fantasmal que requiere su rol para la puesta en escena, aporta al toque naturalista que propone el director.
Si bien Las ranas forma, junto a los dos films mencionados, una trinidad temática, basada en lograr confirmar que hay relaciones marcadas por el amor puro o, en este caso, sacrificado, aquí hay un estilo más distanciado, quizás debido a que el mismo Edgardo Castro, quien protagonizaba los dos trabajos anteriores, esté totalmente detrás de cámaras, y con ello su punto de vista más claro queda en suspensión. De todas formas, pese a este distanciamiento, el cineasta logra transmitir el lado humano de estos personajes dentro de un clima medido, que los contiene, para graficar la idea de este amor en un territorio donde no existen estallidos emocionales.
Dejamos aquí el link del Q & A del festival con el cineasta, en español.