BALANCE VALDIVIA 2017: GEOGRAFÍAS DIGITALES

BALANCE VALDIVIA 2017: GEOGRAFÍAS DIGITALES

From source to poem

Por Aldo Padilla

Si el primer balance de Valdivia se enfocaba en el cine asiático clásico y contemporáneo que pasó por el festival, esta segunda visión plantea un recorrido por las distintas secciones siguiendo el hilo conductor de la digitalización. Además de relatar en primera persona el fenómeno Sion Sono, y finalmente, hacer una breve parada en aquellos films que se percibieron como las notas discordantes.

Cada año la programación de Valdivia muestra diferentes aristas, si bien es difícil definir una línea única que la marque o defina, hay premisas que no cambian con el paso de las ediciones, como su apoyo a la equidad de género, como ejemplo de esto en la competencia internacional cinco de los doce directores participantes fueron mujeres y en el caso de la competencia chilena cinco de siete. Este último dato marca el camino que está llevando el cine chileno con fuerte presencia femenina, donde no solo se consolidan las directoras nuevas como Tiziana Panizza y Nathaly Cano (que finalmente ganaron la competencia con contundencia), sino también de directoras que ya son ampliamente reconocidas como Marcela Said y Marialy Rivas.

La diversidad geográfica también estuvo presente dentro de la competencia internacional, donde el cine de Europa oriental marco una fuerte presencia con países como Bulgaria, Georgia, Azerbayan y una tenebrosa mirada de la Rusia profunda, y como ya se desarrolló en el primer balance el gran invitado del festival fue Asia, contando con la presencia de la triada 2017 de Hong Sang Soo, más la presencia de Sion Sono que fue recibido de una forma apoteósica por el público valdiviano.

El disco duro de Babel

La sesión Digitalismos de la sección Nuevos Caminos fue sin duda la sección más estimulante en cuanto a cine contemporáneo. Los filmes seleccionados recorren el estado actual de la transformación del entorno en bytes y como estos se van superponiendo a nuestra realidad.

La proyección de From source to poem de la italo-alemana Rosa Barba parece actualizar la famosa Biblioteca de Babel de Borges, que en el imaginario de los lectores es tan compleja de imaginar. Barba traslada la infinita información y todas sus variaciones a las instalaciones de digitalización audiovisual de la Librería del Congreso de EEUU, donde las voces chocan entre sí y las imágenes en movimiento que son guardadas como parte del patrimonio de la humanidad se reducen desde incontables horas en fílmico, a unos cuantos miles de bytes (u octetos como se los llama en el idioma francés). La información que se transforma en un arma pasiva, esperando el momento para poder volver a salir de su retención encriptada de forma de explotar en medio de sus salas octogonales con pequeñas variaciones entre ellas, el orgullo de Borges encerrada en una pequeña caja negra. La paradoja del film es que es un proyecto destinado a ser proyectado en 35 mm, la materialidad en busca de retratar y preservar a lo digital.

Frente a este panorama casi fractal se encuentra las ideas simples de Jeunes hommes a la fenetre que es una contraposición a los petabytes de Rosa Barba, ya que plantea la digitalización de la nada, el film de Loukianos Moshonas parte con un par de jóvenes enfrentándose a los matices que existen a la digitalización por accidente de una hoja en blanco y el descubrimiento de los pequeños detalles que no siempre son perceptibles, producto de la entropía que se genera por el paso del tiempo. Estos detalles de la nada digitalizada llevan a los jóvenes a repensarse y llegar a una especie de redescubrimiento de sí mismos. La ventana que les muestra el exterior de su oficina como escape y que se vuelve un paralelo frente a la ventana digitalizadora del scanner que busca retratar hasta el más mínimo detalle de lo que se pone frente a ella, la digitalización de lo físico y la conclusión que el universo puede exportarse en un disco duro.

Wavelength

La impaciencia sinusoidal

La impresión que me dejó el visionado de Wavelength de Michael Snow en 16 mm, me llevo a buscar una nueva revisión del film de 1967 una vez terminado el festival, la opción más factible resulto ser YouTube que ofrecía el film en diferentes calidades y lo más llamativo en diferentes duraciones. Los títulos de dos de esos videos que aparecían en los resultados llamaron mi atención: Wavelength For Those Who Don’t Have the Time (15 minutos) y Michael Snow Wavelength in 2.5 minutes. Los 43 minutos de Wavelength fueron una de las cumbres de Valdivia 2017, comparar esta experiencia con un visionado en calidad media en YouTube si bien parece bastante desventajoso, es una forma de acceder a un film que es una de las piedras angulares del cine estructural, pero comparar la proyección valdiviana con sus versiones mutiladas y/o aceleradas sin duda es un despropósito, lo cual lleva a la pregunta ¿quién tiene la intención de ver un gran film como Wavelength de forma acelerada?

La impaciencia pareciera ser el único motivo bajo el cual se puede escudar el cinéfilo consumista que ve estas obras alteradas, quien desea hacer check en esa obra “imprescindible” de la cual le han hablado. Sin duda, el tiempo es el protagonista en el film de Snow. El metraje y el ritmo del zoom continuo son la esencia misma del film, donde Snow delimita el espacio fantasmal de su film y lo conecta con la dimensión desconocida de la fotografía que cuelga en el omnipresente cuarto filmado, por lo cual a pesar que Snow se toma un largo tiempo para desarrollar sus ideas. No es posible entender el film sin esa cadencia, acompañado por el gradual aumento del ruido de fondo, una suerte de zumbido continuo que acompaña a la cámara en su viaje de seis metros. Si bien se aprecia la digitalización de este film, cuyo acceso sería prácticamente imposible sin su presencia en internet, se alcanza a ver una deformación en sus intenciones iniciales. Si en un párrafo anterior se hablaba de la digitalización de la nada y del infinito, este párrafo define a la digitalización como una forma de distorsión y manipulación.

J-Stars

La noticia que precedía a las extensas fiestas chilenas de septiembre fue la llegada del japonés Sion Sono como principal invitado del festival. La celebración que llegó incluso desde el otro lado de la cordillera, me lleva a una suerte de relato en primera persona sobre mi confrontación con un desconocido hasta entonces. Durante mi etapa cinéfila que comprende unos 4¿cuatro años, poco o nada había escuchado del director japonés. Probablemente porque a pesar de lo prolífico que es, sus películas en los últimos años no han sido habituales en competencias de festivales grandes y aparentemente tienen mucha más proyección en festivales de nicho, aunque este argumento tiende a sonar como excusa. Tres fueron los intentos fallidos por debutar en el cine de Sono durante Valdivia: desde largas colas con la sala llena pasando por retrasos de pocos minutos, hasta traslados de salas por problemas técnicos, pareciera que los hados impedían el encuentro con Sono, lo que retrata la gran expectativa que generó la presencia del japonés -que era retratado en gran cantidad de fotos en forma de trofeo y cuyo Masterclass fue todo un evento para los dichosos asistentes.

El último día del festival luego de un cambio de planes recién pude conocer su intenso y frenético cine, aunque sin la introducción de Sion Sono en persona. Love exposure, film de 2008 de casi cuatro horas, fue una extraña presentación de un director cuyo manejo de sus personajes y su psicología tiene mucha similitud al anime, en especial en el tratamiento de adolescentes y su compleja relación con la sexualidad y el amor, sin dejar de lado el extraño sentido del humor bastante físico que caracteriza a su idiosincrasia. Más allá de la excentricidad inherente y de un ritmo que, sin duda, parece ser la marca personal del director, hay una marcada épica en el film de Sono, donde la grandilocuencia está presente a cada instante y su duración parece difuminarse en medio de los constantes giros narrativos o la acción que parece achicar el tiempo. Si bien el estilo de cine que realiza Sono no entra dentro de mis intereses habituales, al ver Love exposure me fue posible comprender la pasión que levantó Sono en los asistentes y cuyo primer encuentro merece un relato más que un análisis.

Milla

Los pixeles muertos

En medio de la sobresaliente programación del festival, es conveniente señalar algunas películas que quedaron un tanto descolgadas de las proyecciones valdivianas. El documental Secos que precedió a la última función de La telenovela errante, sin duda marcó uno de los momentos más descolocantes del festival, el cortometraje en clave de film ecologista se entiende como un producto con la intención de denunciar la privatización del agua en el territorio chileno, planteando una serie de denuncias repetidas una y otra vez por actores de cine y televisión de forma burda y manipuladora, además de escenas cliché relacionadas con sequías y lucha medioambiental. A pesar que es necesario poner en contexto que el film tiene como principal fin la concientización sobre las injusticias en el acceso al líquido elemento y que no está realizada con ánimos festivaleros, su redundancia, los lugares comunes y el melodrama inadecuado hacen que el documental sea totalmente repelente y que se vea más como un panfleto típico de ONG.

A una escala diferente la ficción Milla de la directora Valerie Massadian fue la gran decepción de la competencia internacional, ya que se regodea en un discurso machista, presentando a una adolescente totalmente dependiente de su pareja, y que solo busca su auto sustentabilidad cuando este desaparece del plano y aparece un hijo. En esta transición hay ciertos elementos que dan a entender un reemplazo de aquel hombre por el bebe y pareciera dar a entender que la protagonista no tiene existencia definida, sino fuera por los hombres que giran alrededor de su vida. Hay ciertos rasgos de feminismo representados por la solidaridad de otras mujeres hacia la protagonista y como se enfoca en el severo cambio de adolescente a mujer en un tiempo corto, aunque aquello no parece justificar la poca motivación de la protagonista y su dependencia hacia los demás. Milla se ve como una caricatura frente al empoderamiento femenino de films como Baronesa. Finalmente, el corto Fletas, sucias pero ni tan malas, parte de la competencia de cortometrajes, plantea serias dudas sobre como el amateurismo de un film en conjunción con una fuerte misantropía llevan a un collage desastroso. La inexplicable selección del film del chileno Gonzalo Diaz está repleto de ideas inconexas de cine B aplicados sin ninguna medida, ni criterio. El lesbianismo se retrata como una caricatura y sus personajes se mueven en situaciones absurdas construidas sin ninguna lógica cinematográfica, a pesar que es probable que las ideas planteadas sean parte del discurso del director, la total falta de recursos audiovisuales lleva a preguntar el cómo es posible que un film de estas características se vea en medio de una competencia tan sólida.

Top 10

Cada vez que se confecciona un top de películas de un festival hay muchas preguntas rondando alrededor de su construcción, dada la naturaleza personal de la lista una única restricción que me autoimpuse es que los films listados se hayan visto por primera vez con motivo de este festival. Por ejemplo es posible incluir dos de los grandes filmes del año como son Cocote y Good Luck, pero ambos filmes fueron vistos bajo otras circunstancias (Wavelengths de Toronto y Locarno), más allá de esa breve restricción, presentó en orden de preferencia las películas que más rescato de este año entre las distintas secciones.

Wavelength, de Michael Snow. Canada. 1967. 40’.
Baronesa, de Juliana Antunes. Brasil. 2017. 73’.
From source to poem, de Rosa Barba. Alemania. 2017. 12’.
Braguino, de Clément Cogitore. Francia, Finlandia. 2017. 49’.
Tierra sola, de Tiziana Panizza. Chile. 2017. 104’.
Beyond the One, de Anna Marziano. Italia, Francia, Alemania. 2017. 53’.
Desierto no cierto, de Nathaly Cano. Chile. 2017. 63’.
Claire’s Camera, de Hong Sang-Soo, Corea del Sur. 2017. 69’.
Selva, de Sofía Quirós, Costa Rica, Chile, Argentina. 2017. 17’.
Plus ultra, de Samuel M. Delgado, Helena Girón. España. 2017. 13’.