Por Mónica Delgado
Hace algunos días culminó la segunda edición del Festival Internacional de Cortos de Vía XIV (FIC Vía XIV) que se realiza en Verín, al sureste de Ourense en Galicia. Se trata de un festival joven, cuya apuesta se concentra en tender puentes con la comunidad a partir de una cuidada selección de trabajos con determinados motivos temáticos (la migración, el éxodo, la tradición y el desarraigo), y que sobre todo destacaron a lo largo del año en festivales mucho más grandes como los de Berlín o Cannes, pero también para hacer visibles algunas obras españolas y portuguesas como síntoma de integración y misturas culturales.
Precisamente este tema identitario en relación a la emigración, o el sentido de pertenencia a una comunidad, en contextos transfronterizos o de permeabilidad o transacciones culturales diversas, es que la sección “A Raia”, aparece como una de las más importantes de la propuesta de competencias, ya que resulta compacta al tratar de dar un panorama sobre el estado del cortometraje, tanto en España como en Portugal.
El documental Buenos días España, de María Barceló, Irati Cano, Sara Pisos y Carlos Reyes, fue el ganador al premio al mejor corto del Festival, y que resulta un reconocimiento acertado en la medida que aborda un retrato colectivo de un grupo de legionarios derechistas en Barcelona, en un contexto actual de fricción política y social entre separatismo y nacionalismo. El valor de Buenos Días España aparece con la mirada de los cineastas, que se adentran en este entorno con la curiosidad de encontrar algunas razones de este apasionamiento y religiosidad de los miembros, hombres y mujeres obnubilados por códigos militares y arengas sobre una España unida.
Hay una distancia y escepticismo de quienes filman, y que queda patente cuando los cineastas interpelan a uno de los miembros sobre el colonialismo, quedando desnuda la semilla (o cosecha) de algún tipo de fascismo difícil de disolver, y que remite claramente a una suerte de nostalgia de los tiempos franquistas. Una interesante radiografía sobre las sensibilidades políticas que quisiéramos ver como si se tratara de un mockumentary: una farsa de la realidad.
El corto portugués Flores, de Jorge Jácome, recibió el premio a mejor obra en la sección A Raia. En este trabajo Jácome recibe los testimonios y miradas de dos soldados que viven en una de las islas de las Azores, que luce casi deshabitada por una extrema plaga de hortensias. ¿Pueden las flores expulsar y gobernar todo a su alrededor? A partir de tres episodios, el cineasta nos va introduciendo a esta selva de hortensias, de cómo este exceso se convierte en oportunidad y como la belleza de las flores que todo lo devora se vuelve en el elemento que une y permite un nuevo tipo de comunidad.
En Água Mole, animación de Alexandra Ramires y Laura Gonçalves Flores, presentada también en la sección A Raia, los autores proponen una fábula sobre la afirmación de la identidad y el territorio en tiempos de éxodo. A través del desborde de una fuente, que genera una suerte de diluvio que va desapareciendo a los habitantes del pueblo, se materializa esta metáfora sobre la forzosa expulsión y la resistencia a emigrar, que viene como un acto de la misma naturaleza, pero donde hay posibilidad para ser salvados y puestos en refugios gracias a la aparición de un ente gigantesco que todo lo ordena.
Mientras que en un polo estilístico opuesto, pero dentro del mismo tema de migración, en Europa, de Hugo Amoedo, el diario fílmico, donde el director va narrando sus vivencias y recuerdos desde su papel de migrante en Brusela, va adquiriendo la dimensión de la nostalgia de una España de amigos y familia, raíces que se materializan desde la distancia y la sublimación del exilio.
En esta misma sección se proyectó Coup de grâce, de la portuguesa Salomé Lamas, que maneja muy bien tópicos del cine canónico de su país, aquel que ya ha patentado una simbiosis entre realidad y fantástico con un toque de sutil humor, para describir una relación paterno filial en tiempos de crisis y desarraigo. En cambio, en Os humores artificiais, Gabriel Abrantes propone una historia futurista que viaja hasta Brasil, para dar cuenta del romance imposible entre una inteligencia artificial y una adolescente del Mato Grosso. Abrantes se ampara en citas filosóficas, entre ellas una formidable de Ludwig Wittgenstein (“Podría escribirse una obra filosófica buena y seria, compuesta enteramente de chistes”) para darle forma conceptual a una sublime alegoría neocolonial de ribetes antropológicos, en una subversión de los roles entre dominantes y oprimidos en tiempos de modernidad líquida.
En Coelho Mao, Carlos Conceição vuelve a la sublimación de los cuentos de hadas y el amor romántico, pero esta vez para retratar las fricciones entre una muchacha y un joven en un proceso de tensión sexual, estableciendo correspondencias con otros personajes en excesos, en un entorno de clase media y vida bucólica. Mientras que en clave humorística, Carlos Martínez-Peñalver desarrolla en Después de la bandera, una sátira amable, con algunos códigos del 16 mm, sobre la gentrificación y la usurpación o revalorización de los lugares venidos a menos y puestos a la moda.
Y para finalizar este reporte, recordando un poco a algunos trabajos del cuerpo de Maya Deren, en Quiasma, el debutante Tono Mejuto explora diversas tonalidades del movimiento, desde la textura de una Bolex, que a ritmo de Oleg Karavaychuk, va recogiendo la labor coreográfica del artista Javier Martín. Uno de los pocos trabajos, que con Rapa das bestas o Plus Ultra, que también estuvieron en la sección, que explora las posibilidades de lo cinemático, el ritmo y el soporte fílmico de modo notable.