Por Mónica Delgado
Un Simón Bolívar reencarnado en una voz da inicio a lo que podríamos llamar la extensión del cuerpo de un poema. “Mi delirio sobre el Chimborazo”, poesía atribuída al libertador de América y escrito entre 1822 y 1823, es reanimada desde la observación de una montaña, como una activación fílmica y sonora del pasado en el presente. En estos primeros minutos de La laguna del soldado (Colombia, Canadá, 2024), una voz en off (la del cineasta colombiano Camilo Restrepo) lee el poema entero- como si se tratara del mismo Bolívar- replicando el espíritu pleno de este romanticismo del pasado, y que doscientos años después se escucha como un acto de resistencia ante la pérdida de admiración y adoración de un mundo natural y de deidades: “Y arrebatado por la violencia de un espíritu desconocido para mí, que me parecía divino, dejé atrás las huellas de Humboldt, empañando los cristales eternos que circuyen el Chimborazo. Llego como impulsado por el genio que me animaba, y desfallezco al tocar con mi cabeza la copa del firmamento: tenía a mis pies los umbrales del abismo“. Así, en un entorno actual de desgaste y escepticismo, esta bruma del romanticismo del siglo XIX, traducida en ese inicio del film con un plano fijo de la cúspide nebulosa de una peña, aparece en estos versos como si fuera un puente que conecta humanos y dioses, que une fantasías y designios, donde el Chimborazo se vuelve la inspiración de lo supremo. Por ello, desde esta imagen fija y la voz en off, el aura del romanticismo desde la evocación del libertador permite, parafraseando los versos finales, abrir con las propias manos los pesados párpados, para volver a ser hombres y escribir el delirio, entendido como la inserción en el presente de ese sueño bolivariano quebrado, donde la elucubración o desvarío fruto de la conexión con los dioses y las montañas están ya perdidos.
Para el cineasta Pablo Álvarez Mesa, la narrativa o estructura de su largometraje La laguna del soldado surge de un acto de imaginación como continuidad de los versos de Bolívar a través de imágenes del presente. Propone una revisitación de los territorios por los que pasó Bolívar, entre Ecuador y Colombia, hoy atacados por el extractivismo, la fiebre del oro, los residuos de la colonización, o los sueños independentistas truncos. ¿Es posible la sensibilidad de Mi delirio sobre el Chimborazo en este presente complejo, donde la vida de los entes de la tierra, sus volcanes, montañas y ríos han sido convertidos en meros recursos bajo una lógica de productividad? ¿Quiénes son los que pueden escribir estos poemas de exaltación en territorio de depredación y muerte?
Como en su anterior trabajo, Bicentenario (Colombia, Canadá, 2020), el cineasta expande el abordaje de la campaña libertadora por los Andes de Ecuador hasta las estepas neblinosas colombianas, pero esta vez desde la imposibilidad de la encarnación del sueño o epifanía de Bolívar en la actualidad. Si en su anterior film, las psicofonías y los fantasmas del militar y político venezolano aparecían esparcidos por la ruta libertadora, en este nuevo largometraje la figura de este personaje ayuda a la confrontación, como si la mirada del poema quedara como una antigua catarsis, hoy irrepetible.
Estrenado en la edición 46° del festival francés Cinéma du Réel, La laguna del soldado evoca -como indica su título- a un episodio histórico acontecido en julio de 1819, donde las tropas libertadoras tuvieron que pasar difíciles condiciones climáticas en las alturas de Boyacá. Algunos soldados murieron de frío y cansancio, y a pedido de Bolívar fueron enterrados en una laguna en el páramo de Pisba. Este lugar de paso, más allá de la campaña heróica, también fue ruta de grupos armados en la década de los ochenta y noventa, o de mineros ilegales motivados por la ambición del oro. Los protagonistas que transitan este territorio – y que son descritos por voces en off de habitantes del lugar, de herencia indígena- van cambiando con el paso de los años, y poco a poco, con ellos, se va hundiendo cualquier posibilidad de romanticismo. Ya no hay lugar para el sueño bolivariano desde el Chimborazo idealizado o desde las estepas que fueron ruta hacia la Nueva Granada. Es más, en algún pasaje del film se habla de las injusticias que priman en estas zonas de desgobierno, a través de otras voces en off, donde “no se puede hablar de medioambiente sin mencionar a la violencia colonial”. El territorio Muisca, ubicado entre Cundinamarca, Boyacá y parte de Santander, se vuelve un pueblo originario olvidado, donde el poder del volcán, en su soledad, está desprendido de las comunidades que lo rodean. Así, Álvarez Mesa va registrando el imaginario de un lugar idealizado por las búsquedas frustradas de ciudades de oro y por los mitos o leyendas de montañas que se vuelven objeto de saqueos y excavaciones, para terminar siendo lugares espirituales socavados.
Por otro lado, La laguna del soldado contiene un trabajo sonoro no solo palpable en el uso de diversas voces en off de indígenas que revelan injusticias contra los pueblos originarios “desterrados como perros, a fuete”, sino desde un uso de la música, de baterías o tarolas jazzeras, que van conectando planos fijos en 16mm de paisajes, cascadas, follajes, frailejones, flores y neblina, y de sonidos de las dinámicas propias del páramo. Por ello, en este film, en su tratamiento visual y sonoro no hay una intención naturalista, sino más bien la urgencia de explorar las formas de un tipo de documental, como en Bicentenario, que genera abstracciones de tiempo y espacio, como si las motivaciones por este terreno no hubieran cambiado con los siglos. Por ejemplo, Álvarez Mesa registra este páramo desde la descripción del impacto de los frailejones, una planta que mantiene el equilibrio de la diversidad en las alturas y desde la contraposición de la depredación desde tiempos coloniales debido a la búsqueda del oro. Para los colonizadores, el oro era el tesoro, para los antepasados y para los habitantes del presente ese tesoro es el agua, y que se capta y resguarda en las copas de los frailejones dorados. Así, desde imágenes embellecidas de esa naturaleza, La laguna del soldado se vuelve una interpelación que va ayudando a imaginar contradicciones desde las diferentes intervenciones humanas, ya sea en busca de la conexión con los dioses, la unión bolivariana, la idea de El Dorado o el hallazgos de otros minerales.
Hacia el final, el cineasta plasma con claridad el desplazamiento formal, tanto visual como temático, en el inicio del film desde la invocación a los dioses de un poema romántico sobre un volcán del siglo XIX hacia los reclamos ambientales ante el extractivismo e injusticia social e histórica del siglo XXI escuchados en el final. Los sonidos de una batería dan paso a un clímax, que va de la luz a la oscuridad, mostrado también desde la intervención del celuloide o desde el uso colorizado del negativo. Pronto la noche asoma, como la promesa de un detenimiento o suspensión propio de la contemplación, donde solo es necesario escuchar e invertir el despertar de Bolívar, como un tiempo para cerrar los ojos, oír la oscuridad, y abandonar de una vez por todas el delirio.
La laguna del soldado
Dirección y producción: Pablo Álvarez Mesa
Fotografía: Pablo Álvarez Mesa
Sonido: Alex Lane, Erin Ryan/Pablo Álvarez Mesa
Edición: Pablo Álvarez Mesa
Música: Stefan Schneider, Alex Lane
Colombia, Canadá, 2024, 77 min