Por Mónica Delgado
En El canto de las amapolas, una habitación en Berlín se vuelve un dispositivo para contener la memoria. Paredes blancas, un ventanal, cortinas blancas, algunas fotos, algunos muebles como un espacio donde la memoria adquiere un ordenamiento, ya que es preciso contenerla, generarle límites, sostenerla dentro de su propia fragilidad o tensión. La habitación como entorno para modelar una parte de memoria que es voluble, desterritorializada, oscilante. Allí, la misma cineasta Paula Gaitán se deja apenas mirar desde la cámara que la encuadra, en un juego de simulación de observación mientras se construye a sí misma dentro del plano que ella misma propone. No se trata de que como espectadores la miremos, sino de pensar como ese ser que es reanimado, la madre ausente, se configura como un posible veedor, que la asculta mientras filma sentada en una silla, desde algún rincón de esa habitación. Por un lado, este largometraje es un retrato póstumo de la madre a partir de algunas conversaciones fuera de campo, con su hija, la cineasta. Hablan sobre la familia, las artes, el Holocausto, el judaísmo. La voz de la madre, a quien no vemos, se enuncia como otro vehículo de memoria, como activador de recuerdos, de gustos, de filias y descontentos, donde el tiempo parece adquirir otra dinámica. Y por otro lado, aparece una serie de fugas de ese espacio, a partir de un personaje femenino juvenil, que revela fotos, visita lápidas, camina, retoza, se baña en algún estanque o que juega con las amapolas en el campo, en una estrctura atemporal. Un viaje al pasado como reencuentro en el mismo presente, desde el registro sonoro como oportunidad para materializar la idea o figura de la madre, ya como elegía o ejercicio de sanación.
La cineasta Paula Gaitán elige dos vías para el encuentro de ella misma con su madre, Dina Moscovici, poeta y directora de teatro brasileña, quien falleciera en 2020, en pandemia. Uno, desde el aspecto visual que funciona por sí mismo desde el uso de diversos formatos o texturas que nos anuncia la materialidad del mismo acto de registrar, de filmar, de grabar, de fotografiar, en torno a las posibles figuras de la madre. Y dos, desde una memoria sonora, que también es musical, y donde una famosa composición de Bernard Herrmann para Vértigo de Hitchcock permite la conexión con un imaginario sobre la reanimación, sobre las invocaciones para el regreso entre los muertos. Así como Scottie trata de reconstruir la totalidad de Madeleine Elster, Gaitán alude a un proceso que da materia a los cuerpos que no están. De esta manera, O canto das amapolas (Brasil, Alemania, 2023), como en la habitación de paredes y cortinas verdes del reencuentro de Vértigo, el cine plasma la certeza de lo duradero, de aquello que se recompone y perdura en imágenes y sonidos.
También el film trabaja dispositivos de memoria más allá de los espacios. Aparecen como objetos, en este caso desde la simbología de las amapolas, flores asociadas en algunas mitologías con los dioses del sueño y el descanso eterno, pero también a la naturaleza efímera de la belleza y la vida. Se dice que Deméter lloró sin consuelo ante el rapto de su hija Perséfone, y que ante ese dolor, sus lágrimas se convertían en amapolas rojas. Así, el film no solo se traza como la oportunidad muy íntima del reencuentro fílmico con la madre, sino como la imaginación de la extrañeza de la misma madre sobre la hija que le rinde tributo.
A diferencia de sus documentales anteriores, Sutis Interferências (2016), É Rocha e Rio, Negro Leo (2020) u Ostinato (2021), en este nuevo trabajo de Gaitán la centralidad de los personajes protagónicos se basa en un aspecto inasible, donde los diversos planos van construyendo desde un poderoso fuera de campo esta nueva fisonomía del recuerdo, inestable, amorfo, de diversas materialidades. Así, como indica Didi-Huberman, imaginar es clave, y Gaitán nos conduce a un proceso donde “no hay imagen sin imaginación”, o donde “para recordar hay que imaginar”, y en este sentido, la cineasta nos lanza a este acto de empatía, para reconstruir desde este afuera, desde la más abierta ficción, todo un universo familiar, filial, para el logro de una comprensión de este mundo nada extraño entre mujeres. Y en consonancia con trabajos previos como Diario de Sintra (2007) o Memoria da memoria (2013), que también desarrollan narrativas del luto, del recuerdo de ausentes y del fuera de campo familiar, la película en sí, desde su propia materia química y alquímica se vueve una memoria encarnada, que se resguarda para ser ofrecida en múltiples rituales de imaginación.
Como pasa con la estructura narrativa y formal de Luz nos Trópicos (2020), aquí la cineasta Paula Gaitán construye un tramado de tiempos, activando una memoria cuya naturaleza selectiva y rebelde también desea entregarse a un tipo de olvido, o a una dialéctica que prefiere imaginar la juventud de una vida, como las escenas del recreado traslado de la figura de la madre a un terreno edénico o perdido, como una nueva oportunidad en la tierra, donde la comunión de los cuerpos y el entorno adquieren el solaz de una simple tarde de campo.
O Canto das Amapolas
Dirección, guion, edición: Paula Gaitán
Fotografía: Rodrigo Levy y Paula Gaitán
Super 8: Paula Gaitán, Fidel González
Sonido directo: Juliana Perdigão
Diseño sonoro: Paula Gaitán. Rubem Valdez
Mezcla: Rubem Valdes
Reparto: Dina Moscovici, Luise Busse, Cecilia Gil Mariño, Bettina Korintenberg, Maíra Senise, Mark Ansorge
Brasil, Alemania, 2023, 107 min