THE MASTERMIND DE KELLY REICHARDT. SUBVIRTIENDO EL CRIMEN

THE MASTERMIND DE KELLY REICHARDT. SUBVIRTIENDO EL CRIMEN

Por Andrés Garza Escobar

En mayor medida, el siglo pasado fue cobijo para una revolución artística que tuvo como principal motivación darle la vuelta a los géneros tradicionales establecidos en antaño, buscar la deconstrucción de los cánones de lo fundacional. El cine, al ser aún un arte muy joven a comparación del resto, apenas está comenzando a explotar en su totalidad los terrenos de la deconstrucción. Por supuesto que desde hace décadas varios cineastas se han aventurado con éxito a doblar y estirar los límites de varios géneros y lo que estos implican. Pero ha sido, a mi parecer, este siglo en el que se ha comenzado a romper completamente las reglas de los mismos con mayor desparpajo. The Mastermind parece alcanzar el pináculo de esta destrucción.

J.B. Mooney (Josh O’Connor) es un padre de familia que lleva mucho tiempo desempleado o con pequeños trabajos esporádicos. Sus padres le reprochan constantemente su falta de compromiso con el ambiente laboral y su exceso de tiempo libre. Esto cambia cuando J.B. idea un plan maestro para, junto con otros dos cómplices, robar varias pinturas del artista abstracto Arthur Dove de un pequeño museo de Massachusetts, donde vive. Los tres logran llevarse las pinturas con éxito, pero los problemas llegan después al intentar mantenerlas ocultas para después venderlas.

A pesar de que podría catalogarse como una heist movie o incluso un caper, la película se empeña en comportarse prácticamente como la antítesis de aquel subgénero en cada pequeña decisión que va tomando mientras se desarrolla. Lo que usualmente se espera de una película de robos es representar la planificación y la recompensa, en la elegancia de un golpe perfecto y en la adrenalina del riesgo controlado que pueda existir durante y, en ocasiones, algunos días después. Pero acá, su directora Kelly Reichardt no toma ningún interés en las convenciones del lenguaje establecido para este tipo de narrativas, sino en todo lo demás.

La observación paciente y el realismo crudo se sobreponen a cualquier atisbo de vertiginosidad o estilización de los momentos cumbre del robo. En su octavo largometraje, Reichardt se decide por darle la vuelta a cualquier preconcepción del cine de crimen para darle espacio a sus propios intereses y formalismos que nos ha mostrado con anterioridad. El montaje discreto y pausado, los personajes contenidos que se expresan a través de minúsculos gestos, la crítica al sistema estadounidense, y por supuesto, el norte minimalista y semi rural de Estados Unidos como telón de fondo esencial.

En ese sentido, The Mastermind parece dialogar directamente, no con películas que podrían pertenecer a su mismo mundo debido a la sinopsis, sino más bien con algunas que uno podría pensar que están del otro lado del espectro. Su naturaleza claramente bressoniana mantiene muy presentes ecos de L’argent y Un condamné à mort s’est échappé, además de tener paralelismos importantes con Inside Llewyn Davis. Todas ellas siguiendo hombres marginalizados por una sociedad que no los comprende, siempre a la deriva y con una tristeza en ocasiones incomprensible adherida a ellos. La diferencia clave aquí es que, en las películas de Robert Bresson y los hermanos Coen, sus protagonistas respectivos por lo menos podían autodenominarse como aventureros en búsqueda de algo, lo que sea, una especie de objetivo o de pasión. Reichardt por el otro lado, priva a su protagonista de dicha búsqueda para dar a entender sus decisiones casi casi espontáneas, transitorias.

El personaje encarnado por O’Connor roba los cuadros aparentemente por razones financieras, pero conforme avanza la historia es fácil deducir que tenía decenas de opciones legales y más sencillas para sacar a flote económicamente a su familia. Sin embargo, decide atracar un museo. La directora norteamericana nos deja más preguntas que respuestas respecto al porqué la decisión de su pequeño hombre perdido en el espacio infinito del fracaso y lo ilusorio. Y entonces, más que justificarlo o juzgarlo, se dedica a observarlo. No hay escena en la película en la que el ladrón aficionado no aparezca, por lo que nos vemos obligados a ser acompañantes en dicha observación.

Es entonces cuando la minuciosidad y parsimonia de Kelly se vuelve tan importante para la experiencia. Las secuencias aceleradas y furiosas de los capers tradicionales son sustituidos por una contemplación inteligente de cada una de las decisiones que van guiando a su personaje a la inevitable condena. La mejor representación de esto es a través de una escena de más o menos diez minutos en la que la cámara fija nos muestra a Mooney esconder los cuadros ya sustraídos en el ático de un granero remoto. Diez minutos en los que “no sucede nada” pero que nos lo dice todo. Subir y bajar escaleras con cuadros que hay que meter y sacar de una caja son el idioma cinematográfico que The Mastermind usa para desbaratar el mito del heist. El acto delictivo como tarea, y no como aventura.

The Mastermind se empeña en mostrarse como el anti caper por excelencia de la forma más elegante —pero también laboriosa— posible. Haciéndose preguntas no sobre cómo llevar a cabo el crimen, sino sobre qué es lo que conduce a ejecutarlo y, quizás más importante, en qué resulta. Una película que no tiene miedo a mostrarse desnuda y extenuante, y que además consigue la forma de hacerlo con el encanto y la seducción pictórica característicos de su autora. La destreza en el lenguaje y la paciencia en la observación de Reichardt dan como resultado una absoluta obra maestra que se comunica a través del trabajo mecánico fatigoso y la pausa para decirnos que no se trata del robo, sino de todo lo demás.

The Mastermind
Dirección: Kelly Reichardt
Guion: Kelly Reichardt
Fotografía: Christopher Blauvelt
Edición: Kelly Reichardt
Sonido: Ryan Billia, Daniel Timmons
Música: Rob Mazurek
Dirección artística: Anthony Gasparro
Producción: Neil Kopp, Vincent Savino, Anish Savjani
Reparto: Josh O’Connor, Sterling Thompson, Alana Haim, Jasper Thompson, Bill Camp, Hope Davis, Eli Gelb, Cole Doman, Carrie Lazar, Javion Allen, John Magaro, Gaby Hoffmann
EEUU, 2025, 110 min