OLHAR DE CINEMA 2020: UN REPASO A LOS CORTOS DE LA COMPETENCIA INTERNACIONAL

OLHAR DE CINEMA 2020: UN REPASO A LOS CORTOS DE LA COMPETENCIA INTERNACIONAL

Por Mónica Delgado

En estos días también se viene desarrollando la 9° edición del Festival Internacional de Cine de Curitiba Olhar de Cinema, que en este 2020, como suele pasar en estos días, tiene una nutrida edición online. Olhar de Cinema es una ventana en Brasil para el visionado del cine independiente en sus variantes y presentado en festivales recientes, o de trabajos locales que encuentran allí un estreno y visibilidad en relación a otros films de la región. Y en esta edición se ha mantenido una dimensión diversa en el acercamiento de las películas, incluso rescatando algunos films que pudieron pasar desapercibidos en eventos recientes, o que debido a la pandemia, han tenido escasa difusión.

La selección competitiva oficial incluye largos y cortos. Entre los largos compiten, por ejemplo, The viewing booth de Ra’anan Alexandrowicz, Luz nos trópicos de Paula Gaitán, Longa Noite de Eloy Enciso o A metamorfose dos pássaros de Catarina Vasconcelos, del cual escribiremos más adelante. Pero, en este texto, he querido resaltar algunos cortos de la sección competitiva, que si bien me parece una selección dispar, con altos y bajos, pareciera que podrían estar unidos por algunas tendencias temáticas sociales y políticas de actual resonancia (como criterio más importante de selección).

En este marco, vimos Shanzhài Screens de Paul Heintz, que tiene similitudes en algunos puntos con otro corto de la competición, Algo-Rhythm de Manu Luksch. Ambos trabajos están realizados desde la experiencia de un agente externo, en este caso tanto Heintz, un francés en China, y de Luksch, una austriaca en Senegal. Hay inmersiones en ambos cortos para representar algunos códigos sociales de estos países, ya sea desde el negocio de réplicas de pinturas famosas o desde la protesta contra el capitalismo del negocio de las redes sociales. Y también en ambos trabajos hay un tratamiento donde la animación digital produce una realidad alternativa, producto de la alienación o como simulacro.

Shanzhài Screens ficcionaliza a partir de la práctica de una decena de pintores de cuadros piratas de Van Gogh o afines. No solo se habla de un mercado negro de obras que probablemente se usan como decoraciones de interiores, sino que refleja todo el motor económico de un sistema que ha patentado China: el Shanzhài como fenómeno normalizado de falsificación de tecnología, rubro de empresas muy exitosas. Esta asociación simbólica y social con los falsificadores de obras de arte podría leerse como un acto de resistencia, pero en manos (u ojos) de Paul Heintz se vuelve también en excusa para un cuestionamiento del fin del arte y de la reproductibilidad técnica a la manera de Walter Benjamín. Sin embargo, a Heintz no le interesa profundizar sobre esta “perdida del aura” porque sería inocuo a estas alturas, sino que propone una ruta para la posibilidad del retorno de lo experiencial (y sensorial) en la relación del arte con los individuos.

El corto de Heintz comienza de un modo teatral y forzado, incluso que puedo percibir un tono paródico sobre cómo se muestra esta naturalización de la piratería (como por encima de los personajes), pero conforme avanza su argumentación, a partir del seguimiento de los pintores en Shenzhen, en Cantón, de sus rutinas, de sus mecánicas de ventas o de sus gustos por el karaoke (otra idea de lo falso), va cimentando su tesis, de que el engaño ya no existe ante consumidores conscientes y que pagan por las réplicas en serie, y que solo hay espacios para museos sin obras o visitas meramente virtuales que sí son capaces de llevar al espectador a otro tipo de experiencias sensibles.

Por otro lado, Algo-Rhythm de la artista austriaca Manu Luksch sigue en la línea de trabajos previos donde ausculta las influencias de las tecnologías en las estructuras sociales, éticas y culturales, aunque aquí lo hace desde la animación de texturas porosas o nebulosas que simulan entornos urbanos deshumanizados. Como señala el título del corto, explora el algoritmo como concepto que modela a los sujetos y que subvierte de alguna manera el sentido de comunidad, y se confronta con la libertad de los ritmos como el rap o el hip hop, como cantos de resistencia, que también han podido ser usados como armas publicitarias en campañas políticas, como pasa en Senegal.

Para Luksch, los algoritmos construyen y determinan las interacciones, regulan o guían el comportamiento y las decisiones de consumo, pero también definen el curso de la política (como hemos visto en recientes procesos electorales y el rol del famoso Cambridge Analytica). Y este término de las matemáticas y la computación puede traducirse visualmente en la arremetida de la animación como el simulacro que genera una nueva urbe, o una idea plástica del entorno. La artista elabora una ficción: una batalla de hip hop entre dos candidatos a la presidencia, donde uno de ellos se asume como la promesa del imperio del “algorritmo”: personas sin secretos, vidas expuestas totalmente en redes y total control de la voluntad del pueblo, y el otro promete más sofisticación de esos programas. Y esta parodia va siendo nutrida de imágenes digitales, de ciudades virtualizadas, que son intercaladas con rimas y estrofas cantados por ciudadanos o votantes que cuestionan estos modos que han implantado las redes sociales. Aún parece asomar el mundo real pese a esta corrosión que ha borrado las fronteras entre lo íntimo y privado.

Algo-Rhythm contiene registros hechos en Dakar, con colaboración de músicos y cantantes conocidos en ese país, para hablar de esta “algocracia”, que podría asociarse también a las abruptas y leves democracias en África o quizás muy en coherencia con la estabilidad política que viene mostrando Senegal a lo largo de las últimas décadas. ¿Es acaso coherente este gobierno del algoritmo con los resultados políticos en estos países? ¿Qué pasa con la maquinaria Trump? ¿La de Bolsonaro? Sin duda, el corto de Manu Luksch multiplica con estilo lúdico las interrogantes, a punta de animación y fotogrametría. 

En esta sección competitiva pude ver El mártir del español Fernando Pomares, que más allá que toque lugares comunes de refugiados sirios, o que plantee un tono íntimo en un tiempo y espacio distinto, a partir de un relato paralelo y en primera persona de una niña, hay un giro que la exalta y que da sentido al nombre del corto. La figura icónica de los martirologios de santos retratados, aquí es transformada desde un acto de deshumanización, y que propone una lectura crítica del arte en relación con su contexto y las personas. Quizás en este sentido se parezca un poco a esa crítica que establece Heintz en su Shanzhài Screens. La pérdida del humanismo como código de nuestros días.

Otro trabajo español en la competencia es Panteres de Erika Sánchez, donde la mirada femenina cubre toda la perspectiva y sensibilidad del corto. Aparece la intención llamativa de desmantelar la mirada hegemónica sobre las mujeres en el cine, con planos muy cercanos de cuerpos en sus “imperfecciones”, sobre todo al inicio, que van definiendo las intenciones de la protagonista, una adolescente en conflictos y en plena búsqueda de su identificación sexual. Sin embargo, pareciera que las anécdotas ceden para evitar mayor profundidad sobre la relación de la protagonista y su mejor amiga, aunque quedan en evidencia como esbozo sin mayor resolución tópicos de la problemática adolescente por excelencia (muy usada en las representaciones del cine independiente): el bullying, la bulimia, el abandono familiar.

Noite de Seresta  de Savio Fernandes y Muniz Filho es una divertida crónica del gusto por el karaoke de una ama de casa en Fortaleza. Es un documental que registra varias noches en un restaurante de barrio, donde Katia imagina ser una gran estrella de la música. Los mejores momentos de este corto vienen cuando los cineastas ceden espacio al desparpajo, cuando usan el croma para ubicar a su protagonista sobre fondos de pantalla de aspecto psicotrónico, creando una realidad de extravagancias y felicidad. Es un retrato sobre la libertad, donde asoman versiones espléndidas de canciones de Lupita D’Alessio (que le caen como anillo al dedo al personaje en tiempos de reapropiaciones feministas) o de Roberto Carlos. Por otro lado, el otro film brasileño en la competencia, A street under, de Tomás von der Osten, es una historia que tiene los códigos del triángulo amoroso, pero se trata más bien de disyuntivas familiares y entre mujeres. Aquí el cineasta apela a tonos narrativos sostenidos en diálogos, a elipsis o ritmos que permiten la contemplación (como en la escena que da título al film). Von der Osten parece sentirse mejor con los planos fijos, como la escena del diálogo entre Alberto y su esposa, donde la iluminación y colores de la intimidad brindan un clima entre fantasmagórico y de ensoñación.

Noche perpetua del portugués Pedro Peralta parte de los planos secuencia para transmitir la tensión de la última noche de una mujer que es convocada por soldados falangistas en tiempos franquistas. El corto se desarrolla totalmente en interiores, a la luz de las velas, para capturar la atmósfera elegíaca de la despedida. A partir de estos recursos, esta casa de mujeres es tomada por la estoicidad, ya que no hay llantos ni lamentos, solo el deber, que aflora como acción necesaria, a modo de inmolación. La puesta en escena se inspira en el teatro de cámara, en la medida que se establece una disposición coreográfica en este espacio pequeño, que logra transmitir con escasez de recursos expresivos la agonía silenciosa de una mujer. Sin embargo, los dispositivos empleados, en esa solemnidad, logran encorsetar demasiado las emociones.

Y, finalmente, la peruana El Silencio del Río de Francesca Cánepa, que tuvo su estreno en la sección cortos de la Berlinale. Es el único corto latinoamericano de la selección, aparte de los trabajos locales. Aquí, Cánepa forma un díptico con su anterior trabajo Aya (2016), sobre un niño andino que establecía una relación extraña con su madre, postrada enferma en una cama, en las alturas de Cusco. En cambio, en El Silencio del Río este vínculo se realiza entre dos hombres, un niño y su padre en una casa construida en las riberas del río Amazonas.

El halo fantástico atraviesa y modula el temperamento del film, ya que Cánepa usa sobreimpresiones para dar materia a lo onírico, como única vía de conexión con lo paterno. Si en Aya, los Andes se vuelven telón de fondo de una historia de sacrificio y entrega, marcada por la ingenuidad; en este nuevo trabajo, la Amazonía es el ambiente ideal para la aparición de lo mágico, fortaleciendo quizás una condición exotizante de estos espacios clásicos de la representación en el imaginario nacional. Quizás lo más interesante del corto sea la subversión de los mitos de las sirenas o yacurunas, al librarlas de un carcomido erotismo y darle un giro acorde a nuevas lecturas de la masculinidad.

Mostra competitiva- cortos
A street under (Brasil, 2019, 20 min. ) de Tomás von der Osten
El mártir (España, 2020, 18 min. ) de Fernando Pomares
Panteres (España, 2020, 22 min. ) de Erika Sánchez
Noche perpetua (Portugal, Francia, 2020, 17 min. ) de Pedro Peralta
Noite de Seresta (Brasil, 2020, 19 min. ) de Savio Fernandes, Muniz Filho
El Silencio del Río (Perú, 2020, 14 min. ) de Francesca Cánepa
Shanzhài Screens (Francia, 2000, 23 min. ) de Paul Heintz
Algo-Rhythm (Austria, Senegal, Reino Unido, 2019, 14 min. ) de Manu Luksch