Por Mónica Delgado
La edición número 22 del Festival Internacional de Cine de Valdivia en Chile tuvo varios momentos extraordinarios. Un par de ellos tuvo que ver con la elección de los films de la fecha inaugural, tanto Samuray-S de Raúl Perrone como de los cortos de la ceremonia de apertura: Riot de Nathan Silver y Diario de un corto de Flavia de la Fuente. La película de Perrone fue a todas luces la película más extrema del festival, no solo por su apuesta estética que sigue la pauta de estilo de sus más recientes trabajos, sino porque confrontó al espectador con la expectativa de un Perrone similar a Favula o P3nd3j05, lo que no se materializó. El Perrone radical asomaba para someter al público a una nueva experiencia, que logra una summa de estilo pero que va más allá como concepto, arrasando con las fronteras expresivas del Kabuki y del cine silente más experimental. Por otro lado, inaugurar el festival con dos cortometrajes ratifica la intención del valor del cine en sí más allá de su duración, reflejado en dos films diferentes, uno, la recuperación de una home movie, y otro, un relato íntimo sobre el proceso creativo; ambos desde el bastión de lo independiente, y dentro de un sentido del humor que alude a lo familiar y observacional.
La selección de la Competencia Internacional, de la que formé parte del jurado, también reflejó una vez más el espíritu del festival, al programar films de reconocido paso por festivales, pero también que dejaran en evidencia una apuesta por un cine de factura pequeña, donde la duración (mediometrajes y largometrajes) no impidiera valorar su intención y libertad. Tampoco fue una selección donde se lucieran los grandes temas, sino que permitió medir el estado de la cuestión tanto desde el ensayo documental, el footage, el drama romántico, el diario fílmico, o el documental de corte antropológico. En este marco es que un filme como Motu Maeva, del año 2014, y que premiamos como mejor filme de la competencia, permitió considerar una manera de hacer cine desde lo doméstico, dentro de una vena creativa que va como figura de la recomposición de la memoria y desde el mismo uso del Super-8 (casual también que este año se conmemoren los cincuenta años de este soporte, sumamente vigente).
Que Une Jeunesse Allemande de Jean Gabriel Périot, el impecable film con material de archivo sobre la generación de cineastas militantes pos mayo del 68, ganara el premio del público, acabó con el viejo prejuicio de que los premios otorgados por los espectadores fueran los más «emocionales» de todos los festivales. Así se confirma a Valdivia como una ciudad llena de cinéfilos, pero también producto de las estrategias de formación de públicos que el Centro de Formación Cinematográfica de la ciudad viene emprendiendo hace algunos años. Experiencia replicable a todas luces.
Otro hecho monumental fue la proyección en tres series de horarios distintos de Las mil y una noches (Arabian Nights) de Miguel Gomes, en premiere latinoamericana, y que permitió ahondar, gracias a la visita del cineasta, en la investigación, motivaciones, y problemáticas, así como desgranar las imágenes de este compendio portugués sobre el desempleo, las consecuencias del capitalismo y la transformación de una sensibilidad social tras la crisis. Confirmé el sentido coral, el recurso de lo mágico y de reminiscencias arcaicas, llena de personajes míticos pero también de héroes y antihéroes anónimos extraídos de las noticias, que confirman el valor de documento de las tres piezas que recrean un periodo histórico que arrastra la Portugal de hoy.
La selección de cortometrajes afirmó el talento de los cineastas bolivianos en bloque, sobre todo el de Kiro Russo, que con su Nueva vida, un trabajo de 16 minutos, propone un mirada de voyeur sublimada, de colores saturados, de un punto de vista telescópico y onmisciente, pero que no evita una radiografía social a partir de detalles, como la música, las acciones de lo cotidiano, y los breves diálogos de los personajes, migrantes en la Buenos Aires actual.
No puedo dejar de mencionar la importante presencia peruana en el festival, con A punto de despegar de Robinson Díaz y Lorena Best, y de Órgano de Iván D’onadío, pero volveré sobre ellos en la cobertura del Transcinema, festival local que se desarrolla en Lima en diciembre.
La sección Nuevos Caminos concentró trabajos experimentales proyectados en series que dialogaban entre sí, como el caso del segmento «político» con obras de Travis Wilkerson o Jim Finn, o del «etnográfico», con la presencia de cortos de Calum Walter o de Lucien Castaing-Taylor, Véréna Paravel y Ernst Karel.
Cerrar el festival con un film anodino como Office de Johnnie To, un musical de arquitectura y coreografía radical, donde el cineasta se aleja de los tópicos que lo hicieran famoso, confirmó el sentido político de una edición comprometida con los nuevos cines, dentro y fuera de Latinoamérica, pero teniendo siempre la convicción de acercar a los públicos el cine más sentido y notable del mundo.