UTAMA: UNA HERIDA ABIERTA Y UN CUENTO DE AMOR

UTAMA: UNA HERIDA ABIERTA Y UN CUENTO DE AMOR

Por Tatiana Alvarado Teodorika

En noviembre asistí, en una de las salas del cine Golem de Madrid (espacio que afortunadamente aún existe, y que da una oportunidad al público de ver algo distinto, de descubrir otros mundos, de descubrir arte y talento), a la proyección de Utama, película boliviana escrita y dirigida por Alejandro Loayza Grisi, con música de Cergio Prudencio y fotografía a cargo de Bárbara Álvarez. No quise leer nada sobre la película para no sentarme ante la pantalla gigante con alguna predisposición particular. Utama no me ha defraudado. Todo lo contrario, me ha dejado con ganas de verla otra vez.

El título del film es evocador: «nuestra casa». Aunque el afiche, por su parte, no muestra la casita de la que entramos y salimos constantemente durante toda la película, sino a uno de los protagonistas, a Virginio (José Calcina), solo, ante la inmensidad del paisaje de tierra y cielo, y un cielo que, a su vez es agua porque se reflejan en él, en lo alto, las montañas, y en medio de todo ello el título de la película, «UTAMA», con un cóndor que lo atraviesa en franco vuelo. Así, «nuestra casa», la de Sisa (Luisa Quispe) y de Virginio, se convierte, desde el inicio (desde esa antesala de la película que es el afiche), en la casa de todos, en el mundo en el que vivimos. Y no entendemos todo esto sino hasta salir de esa hora y media compartida con esos dos entrañables personajes.

Las dificultades de la vida en una tierra que se ha hecho árida y casi desértica por la escasez de agua, se combinan con la cotidianidad de una pareja que, a pesar de los años, no solo conserva su constancia y fuerza en la lucha por vivir dignamente en el campo, sino con el cariño y el amor que mutuamente se profesan con gestos y miradas.

A través de Sisa y Virginio, dos octogenarios, descubrimos la fuerza del amor a través de los años, a pesar de las dificultades y más allá del silencio. El inicio de la película es un armonioso vaivén entre la exquisita fotografía y la melodía del quechua que, indefectible y personalmente, fue una invitación a viajar en el tiempo y recordar a mis abuelos. La llegada de Clever (Santos Choque), el nieto, desde la ciudad, da inicio a un nuevo vaivén, esta vez lingüístico, entre el quechua y el castellano. Somos testigos, no solo de la distancia generacional, sino de la distancia que impone la experiencia de vida en el campo y la de la ciudad. Clever no habla la lengua de sus abuelos, y tampoco la entiende. El silencio, hasta entonces tan elocuente en la película, se desdibuja con el silencio que parece imponer el teléfono celular en las manos de Clever, en medio de las comidas familiares, el celular cuya pantalla resplandeciente contrasta, además, con la luz tenue que impera en la casa. Los contrastes en la película son constantes, y vienen expuestos en armoniosa narrativa de imágenes y breves diálogos.

El paisaje árido crece aún más en aridez cuando somos conscientes de que la escasez de agua es cada vez mayor; apenas es suficiente para preparar la comida, y no alcanza para dar de beber a los animales, que son las primeras víctimas visibles. La lucha por la supervivencia es compartida, la comunidad sufre y ve, como única respuesta, la emigración a la ciudad. Y, si bien el objetivo de Clever es, precisamente, llevarse a sus abuelos del campo, el arraigo que ellos sienten con su tierra, con sus raíces, sus costumbres, sus referentes, y los que tienen en el cielo, en el aire, en el vuelo de los pájaros, hace que les sea inconcebible el viaje: ¿la ciudad, para qué?

Esta película es una invitación a reflexiones cruzadas: una reflexión en torno a la identidad, porque no es preciso atravesar las fronteras de un país para sentirnos desarraigados; para Sisa y Virginio el desarraigo es abandonar las tierras que cultivaron toda una vida, abandonar la casa que construyeron juntos, abandonar a sus llamas. Es también una reflexión sobre la fuente de vida, el agua. Es imposible no ver más allá del altiplano boliviano cuando vemos que Sisa se ve obligada a recorrer distancias cada vez más largas para recoger un poco de agua, cuando vemos que incluso el agua del río donde lavan la ropa se agota. A pesar de que la respuesta propuesta es ‘la ciudad’, vemos ese altiplano como una pequeña parte de la Tierra toda: el mal se propaga.

Utama es también una reflexión sobre las distancias generacionales, y cómo las salva la solidaridad y el amor; una reflexión sobre el sufrimiento del hombre en silencio, sobre el sufrimiento y la entrega de la mujer. Una reflexión sobre la tradición y la transmisión de conocimiento.

Estas líneas no quieren sino ser una invitación a ver esta película, de lo contrario podría seguir y hablar de Virginio, su relación con la tierra, con su nieto, con las señales del cielo. O hablar de Clever y el inesperado giro del personaje.

Utama es una película entrañable en la que los silencios vienen colmados con una magnífica fotografía que habla por sí misma y se viste de una música a veces nostálgica; nos deja un sabor amargo, pero envuelto en dulzura, a la vez que nos abre las puertas hacia una nueva etapa, con la perspectiva que da la inmensidad del cielo azul y la imagen de esa mujer que toma las riendas de la vida.

Utama
Dirección: Alejandro Loayza Grisi
Guion: Alejandro Loayza Grisi
Música: Cergio Prudencio
Fotografía: Barbara Álvarez
Reparto:Luisa Quispe, José Calcina,Santos Choque
Bolivia, Uruguay, Francia, 2022, 87 min.