Por Mónica Delgado
Si en las grandes urbes, como el Berlín de los setenta, como en aquellas películas de Fassbinder o de Rosa von Praunheim (recuerdo No es perverso el homosexual, sino la situación en la que vive), el mundo gay en su secretismo y modo de interrelación buscaba los baños públicos, bares, cines, lugares cerrados a la vista de todos, para sus encuentros amorosos y furtivos, espacios estigmatizados y marginados, en la última película de Alain Guiraudie urge un nuevo panorama desde dónde narrar esta misma interacción. Esta vez la historia se dará bajo la sombra de los árboles, en un soleado día de campo y ante el gran testigo del amor y la traición, un lago. Así el cineasta francés nos mete de lleno en el entorno masculino, por algunos días, con escenas de sexo explícito y con los elementos de un thriller de extraños giros (en algunos momentos disforzados, y que logran mellar la redondez del film).