Por Mónica Delgado
En el reciente film del cineasta mexicano David Pablos, estrenado en la sección Orizzonti de Venecia, hay bastante de lo que siempre se ha criticado como motivos exotizantes del cine latinoamericano utilizados al gusto del público europeo de los festivales (sobre todo programadores, jurados, curadores, coordinadores de laboratorios, publicistas, etc.): narcos y violencia. En esta película hay mucho neón y brillantina para graficar el lado sublimado de las noches en bares gays de carretera, hay narcos omnipotentes buscando mancebos, hay torturas como cuota necesaria del cine de la crueldad y hay una visión que roza lo sórdido, muy a la manera de las tragedias sobre la pobreza imaginadas por Arturo Ripstein, en esa mezcla extraña de amor y miseria humana. Sin embargo, pese a esas recurrencias argumentales y estéticas, hay algo de osadía en este film sobre las masculinidades y la homosexualidad en el entorno macho del narcotráfico, campo manido (y minado) de decenas producciones mexicanas.