Por Mónica Delgado
En este reciente film del cineasta Dane Komljen, nacido en la ex Yugolasvia, hay mucho del universo que suele materializar en sus anteriores obras. Podría decirse que este mundo que imagina en sus ficciones o documentales (porque hay mucha imaginación en ambos dispositivos de representación), la naturaleza aparece nuevamente como ente bucólico y de cobijo de libertades anheladas, como respuesta a la angustia citadina. Por ello, la forma lánguida de planos largos, escasos diálogos o tiempos muertos que elige encaja con la percepción de inestabilidad de su protagonista, que a su vez se ve interpelado o intervenido por personajes atravesados por el dolor, la guerra, la pesadez misma de la existencia desde la performatividad de sus cuerpos, andares, acciones fantasmales, como si se tratara de entes que apenas pueden proyectar su materia en soledad. En Desire lines, Branko (Ivan Cuic) encarna a un joven aislado, voyerista, que transita las calles nocturnas de una Belgrado gay: cruising, sexo violento o fetichismo como formas masculinas de placer, y que el personaje accede como testigo o quizás como alguien en un limbo temporal. Desde estos recursos, Komljen se aleja de realismo alguno y procede a adentrarnos a un universo de afectos ásperos reflejo de una subjetividad en crisis.